Existe una correlación directa entre pensamiento, emoción y acción. Lo que nos decimos y cómo nos lo decimos afecta a nuestras emociones y repercute en nuestro comportamiento.

Desde que me dedico a acompañar a personas en su proceso de mejora y de desarrollo he comprobado cómo somos nosotros mismos los que nos ponemos nuestros principales obstáculos y zancadillas a la hora de conseguir lo que deseamos, los que más nos boicoteamos y torturamos cuando las cosas no nos salen según lo esperado y los que nos dedicamos las palabras más crueles y duras, siendo nuestro principales jueces y verdugos…. Nos convertimos en nuestro peor enemigo y por muy difíciles y complicadas que sean las circunstancias que nos rodean, precisamente las principales dificultades surgen de nosotros mismos, de nuestro ENEMIGO INTERIOR.

 

Algunos lo llaman Autosaboteador, por su habilidad para sabotear nuestros sueños e intenciones, otros lo llaman Personaje Limitante, por su capacidad para limitarnos y restarnos autoestima y autoconfianza a la hora de emprender acciones, otros los reconocen como nuestro Censurador Interior que nos repite una y otra vez lo que teníamos que haber hecho o dejado de hacer, o nos dice que podíamos haber dado más o no dimos lo suficiente… es en definitiva ese Enemigo Interior, que de manera sutil pero fulminante y cruel ataca cualquiera de nuestras tentativas por avanzar y conseguir lo que deseamos…

Con independencia del nombre que le pongamos, al final somos nosotros mismos, gracias a ese enemigo interior, quienes nos decimos las cosas más crueles y podemos imaginar cosas que finalmente no ocurren o no tienen nada que ver con la realidad, pero que nos torturan y nos generan emociones de miedo, ansiedad, tristeza… que finalmente hacen que desistamos  y dejemos de actuar… otorgando la victoria a ese enemigo interior que al salir reforzado por haberse salido con la suya, volverá de nuevo aún con más fuerza en cuanto tenga la mínima ocasión.

Frases del tipo:

–          “No voy a encontrar trabajo en la vida”

–          “Es casi imposible que tenga éxito”

–          “Nunca me sale nada bien”

–          “Soy muy torpe”

–          “Soy así, nunca voy a cambiar”

–          “Valgo poco”

–          “No hay nada que se me dé bien”

–          “Todos son mejores que yo”…

forman parte del repertorio habitual para muchas personas y, sin ser consciente de ello, acaban condicionando su manera de sentir, de pensar y, por lo tanto de actuar, determinando su futuro.

Este diálogo interno que mantenemos con nosotros mismos, martiriza a muchas personas y acaba minando su valía personal y profesional, a base de torturar día a día, “gota a gota”, haciendo que muchas veces se opte por tirar la toalla antes siquiera de intentar hacer algo por conseguir lo que se desea.

Como decía Thimothy Gallwey: “Siempre hay un juego interior en tu mente, no importa que esté sucediendo en el  juego exterior. Cuan consciente seas de este juego podrás marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso en el juego exterior”.

O en palabras del filósofo Epicteto: “No nos afecta lo que nos sucede sino lo que nos decimos sobre lo que nos sucede”.

Vencer a ese Adversario Interior es más complicado que cualquier dificultad externa, porque conoce todas nuestras debilidades, sabe exactamente qué decir y cuándo decirlo para desestabilizarte y hacer que te vengas abajo. Nos distrae, nos sabotea, nos engaña, nos intimida y nos genera inseguridad haciéndonos sentir incapaces.

Todos vivimos acompañados de ese Yo interior, con el que conversamos continuamente y en nosotros está el permitir que se convierta en nuestro peor enemigo o bien transformarlo en el mejor de nuestros ALIADOS, haciendo que en lugar de quejarse, martirizarnos, culpabilizarnos, criticarnos y castigarnos, nos apoye, nos mime, nos dé ánimos, nos respete y en definitiva, nos de cariño y nos ayude a conseguir aquello que necesitamos para ser felices.

El primer paso para conseguirlo, y el más difícil dado que la mayoría de las veces no somos conscientes de su existencia, pasa precisamente por tomar consciencia acerca de cómo es tu enemigo interior, cómo se comporta y cómo se manifiesta. Para ello, te invito a que te concedas unos minutos y te plantees las siguientes preguntas:

–          ¿Cómo me trato en mi diálogo conmigo mismo?,

–          ¿Qué mensajes suelo decirme cuando tengo por delante un obstáculo por resolver o un reto que afrontar?

–           ¿Son mensajes positivos y cariñosos, o quizá me dirijo continuamente reproches, quejas, miedos, preocupaciones, culpabilidades, prisas?

Tus respuestas te darán pistas acerca de cómo te hablas y cómo te tratas, y te ayudarán a identificar a esos posibles enemigos internos que pueden estar saboteando que consigas alcanzar tus metas.

Si comienzas a cambiar esos mensajes que te lanzas a ti mismo, por otros más positivos y tolerantes, del tipo: “Yo puedo hacerlo”, “Voy a intentarlo”, “Siempre hay opciones”, “Si me equivoco no pasa nada”, etc., las emociones que experimentarás serán más positivas y por lo tanto tu forma de actuar y los resultados serán muy diferentes.

¿A qué esperas? Deja de ser tu principal enemigo y conviértete en tu mejor aliado.

“El que puede cambiar sus pensamientos, puede cambiar su destino” Stephen Crane

 

                       Sofía Rodrigo Pascual

Psicóloga – Coach – Consultora – Formadora

Directora Área Desarrollo Personal y Organizacional de Grupo DICTEA

Socia de Dictea Coaching & Consulting

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