La empatía, además de ser un indicador de la inteligencia emocional, se define como la capacidad de sentir o experimentar las emociones de otras personas como si fueran propias.
No es fácil entender la empatía. Muchas personas piensan que se trata de ponerse en el lugar de otra persona, pero se olvidan que esto significa conocer las características, condiciones, contexto, … que esa persona tiene y vive.
Es decir, la empatía es la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro; entendiendo por qué actúa como actúa y se siente cómo se siente. No es cuestión de compartir, sino de comprender.
La simpatía, en cambio, es la inclinación afectiva entre personas, generalmente espontánea y mutua, modo de ser y carácter de una persona que la hacen atractiva o agradable a las demás (sentimiento de agrado).
Podemos sentir simpatía por distintas personas y no por ello ser empáticos con ellas.
Hoy en día, que vemos como con frecuencia las relaciones de pareja, de amistad, paternales… fracasan debemos mirar hacia el interior y hacernos una pregunta: “¿Soy empático?”. En muchas ocasiones, los conflictos y los malos modos vienen originados por una falta de empatía.
¿Cómo vamos a ser capaces de comunicarnos eficazmente, de negociar, de resolver exitosamente conflictos personales… si no somos capaces de comprender a la otra persona? En las relaciones humanas es necesario empatizar para lograr llegar al entendimiento. No puedo ver el mundo sólo desde mi prisma, hay que asomarse al prisma de los demás. En la vida no existen verdades absolutas sobre la realidad; sino relativas a los ojos que la ven y que la sienten.
Dejemos el EGOCENTRISMO a un lado y seamos capaces de calzar los zapatos de nuestro compañero, de nuestra pareja, de nuestro hijo, de nuestra madre… Y tal vez, con ese par de zapatos la vida se vea diferente a como la vemos, y quizás entendamos lo que desde nuestros zapatos somos incapaces de entender.